DON INOCENCIO MASSEI
DON INOCENCIO MASSEI

Entre el club y las teclas

 

Son más de las tres de la tarde cuando Don Inocencio, con los 80 años cumplidos, se instala en el taller que está atrás de su casa y se pone a trabajar en “lo de siempre. Lo de toda la vida”.

“Lo de siempre” es arreglar máquinas de escribir. Sí, en plena época de computadoras todavía hay quien necesita que Don Inocencio le repare la máquina de escribir. Y él lo explica de la siguiente manera.

“En el negocio trabajamos mis hijos y yo. Ellos, que son jóvenes, se ocupan de la computadora. Yo, que soy viejo, me ocupo de las cosas viejas. Hace unos años parecía que ya nadie iba a usar una máquina de escribir. Pero ahora, están volviendo de a poco y tengo mucho trabajo”.

Don Inocencio llegó de Italia a Río Cuarto cuando tenía tres años. “el 23 de febrero a las 23,30 nace un bambino de sexo masculino; así reza el papel que le dio su madre cuando se vinieron. “Para mí es la mejor ciudad del mundo. Lo lindo de la cosa es que yo ya no la conozco. Con estas piernas que no me dejan andar demasiado ya casi no salgo de casa”.

Cuando Don Inocencio tenía 29 años se casó con Yolanda, su mujer de toda la vida, que tenía apenas 18.

Por qué esperó tanto para casarse?

Porque fui a la única que pudo enganchar, responde rápidamente su esposa Yolanda.

La diferencia de edad, que en un primer momento preocupó a la madre de Yolanda, no fue obstáculo para que juntos formaran una familia integrada por Aldo, Alejandra y Fabricio, quien nació cuando su madre tenía 42 años.

La vida de los Massei tuvo siempre un gran punto de encuentro y de trabajo: el Club Central Argentino.

Don Inocencio y Yolanda revuelven una gran bolsa con fotos y recuerdos: la inauguración de la tribuna de cemento, la cena para juntar dinero para el piso de la cancha de básquet, la techada del club, las noches de boxeo, las rifas, las tómbolas y por supuesto, los amigos.

“De los 14 años que estoy en el Club Central Argentino. Salíamos del trabajo y nos íbamos al club hasta las 1 de la mañana. Mi padre decía que no me veía nunca, en cambio ella – su esposa- se hizo de la institución club. Creo que a ella le gustaba más que a mí”, bromea.

Pero qué hacía Don Inocencio en el Club. “Lo que hacía falta. Necesitaban un portero, estaba yo; necesitaban un entrenador de básquet, estaba yo, había que estar en la tómbola, estaba yo. Yo era el que tapaba todos los agujeros”.

Las fotos muestran una vida institucional activa y llena de gente. El salón quedaba colmado cada vez que había patín. Todos los sábados tómbola, a la noche boxeo y así sucesivamente. Pero siempre con gente. Don Inocencio se queja: “Ahora me retan todo el día. Si ni siquiera me dejan salir de la cama a la mañana para ir a trabajar. Tengo que hacer todo lo que ella quiere” rezonga mientras muestra las fotos de los amigos que ya no están.

El sábado habrá una gran cena para festejar los 90 años del club. “Tiene 10 más que yo. Mire si tiene años”.

Ahora la vida del club cambió. Como en todos los clubes de barrio, la gente va menos y prefiere quedarse en casa antes que reunirse en la institución.

“Cada vez que mi hermano se hace problemas (es miembro de la comisión) le digo que ya voy a volver yo y las cosas van a cambiar”.

Don Inocencio pregunta si la charla ya terminó. Es que tiene que regresar al taller donde arregla las máquinas de escribir y prepararse para el sábado, cuando vuelva a encontrarse con sus viejos amigos, los mismos de la tómbola y el boxeo, el básquet y el patín. En fin, los amigos de la vida.